Un buen directivo se enfrentó a un gran reto:

¿Cómo acabar con un empleado?

«El dilema moral o ético ya lo he resuelto, entre cualquier otro y yo, la decisión es clara: YO.

Hace tiempo que perdí mi criterio y mis valores para asumir los criterios y los valores de otros. Aprendí a no dar mi opinión, a darla y saber cambiarla a los cinco minutos para alinearla con la dominante. A obedecer sin cuestionar, a imitar aficiones y conductas de mis jefes, en definitiva, a defender mi parcela vital, mi familia, mi puesto, mi salario, mi posición.

Me aplico con gran ahínco. Todos los días me esfuerzo para acabar con él. ¿Cuándo se rendirá? ¿Cuándo se irá?

Cuando todo esto empezó, simplemente obedecía órdenes, pero en este momento, disfruto con el dolor, el miedo, la incertidumbre y la ansiedad que mi poder tiene sobre él. Es incluso divertido observar como con una leve presión, eso sí, constante, puedes romper a un profesional.

Muchas han sido las estrategias empleadas, aunque el tío sigue agarrado a su puesto, PERO, bueno, no deja de ser gratificante verle atrapado, perdido, con una única salida o ninguna porque no se decide a abandonar esta tortura.

Mira que cuando le fui quitando funciones pensé que se cansaría, además menospreciaba sus aportaciones, aunque no todas, se notaría demasiado. Algunas veces simplemente lo ignoro, hay semanas que apenas le hablo, lo dejo apartado a ver qué hace, luego le doy un poquito de responsabilidad pero decido yo, o le cambio el objetivo. Es fácil manipularlo, le pregunto, lo hace y luego pongo mi nombre debajo de su trabajo, así de sencillo. O simplemente le pido un trabajo que no sirve para nada ni servirá.

Le cambié de lugar de trabajo sin avisarle, un día llegó a la oficina y todas sus cosas estaban en otra mesa, así sin más… Claro que le dije que era para tenerlo más cerca y así mejorar la coordinación. Pobre, qué iba a hacer.

Le doy trabajitos fuera de su área de competencia, u otros trabajos tremendamente inútiles y densos, otras por el contrario, son tareas muy por debajo de su categoría.

Otra estrategia muy efectiva es eliminar su trabajo. Le pido un informe, lo guarda y yo lo borro.  ¡Qué sensación! Ese momento en dónde confirmo: deseo eliminarlo… Magnífico. Y luego: Ups!!! ha sido sin querer.

También me gusta hacerle pensar que se lo ha inventado, que son cosas de su imaginación… Claro que te hablo, cómo que no te he saludo, claro que dije que había reunión, mi puerta está siempre abierta, son cosas tuyas, de tu imaginación.

Hay veces que le muestro mi enfado, y le pido que haga las cosas como yo le digo, y cuando las hace, le recrimino que las haga así. Desesperado me contesta, lo he hecho como me dijiste… Qué va, eso no te lo he podido decir, y vuelvo a pedirle otro cambio mostrando mi disgusto con su desempeño.

Me gusta observarlo cuando me ruega e implora que volvamos a confiar en él,  me pregunta que está pasando, el porqué de esta situación. Yo le digo que no hay nada, que son cosas suyas, que no depende de mi o que es una decisión de la empresa. A veces se pone pesado, y le amenazó: ese tema ya está cerrado. Recuerdo una vez que tuve que decirle: «no te atrevas a desafiarme, siempre gano, no sabes con quien te la estás jugando.»

Claro que le he visto llorar y derrumbarse. Pero ahí está, el muy «…». Cuando llora, le digo que no me gusta verlo así, que seguro que podemos mejorar su situación. Nada, tres días haciéndole un poco más de caso, para luego, otra vez a la carga. Aún confía, es increíble.

¡Pobre infeliz!

Ahora casi no le hablo, ni le pido nada. Allí está. Él lo ha notado, y ya ha venido varias veces a pedirme trabajo y que lo incluya en los proyectos. Nada más fácil de rebatir, eres tú, debes venir y preguntar, tengo mucho trabajo, debes ser tú el que venga. No te implicas, y tu compromiso es muy bajo. Plantéate qué puedes hacer tú.

Aunque creo que lo más eficaz es no hacerle caso, para luego llamarle fuera de horario o exigirle que se quede más tiempo. Lo tengo mareado.

He conseguido que muchos otros lo vean como incompetente y no comprometido, además, me apoyan y ayudan a hacerle sentir invisible, inútil, out, sin sentido. Pero la verdad es que no todos, y no lo entiendo porque, a día de hoy, sirve para poco.

Criticarle ha sido fácil, un poco por aquí, otro poco por allá y lo he convertido en un mal trabajador, además, como ahora tiene poco que hacer, su imagen y su contribución son anecdóticos. Críticas a su trabajo, a su actitud, críticas delante de otros, a sus espaldas, cuando me mira pero no me oye. Cualquier trabajo que haga, lo critico, desde el color de los gráficos hasta la más mínima y nimia decisión.

Lo sé, me diréis que no he conseguido mi objetivo. Pero, todo llegará. Y mientras, disfrutaré del camino.»


Si crees que sufres moobing o acoso laboral, cuéntalo, pide ayuda.

2 respuestas a “Un buen directivo psicópata

Deja un comentario